Por:
Sandra Patricia López, Psicóloga y magíster en Educación de la Pontificia Universidad Javeriana. Docente y miembro del grupo de investigación de la misma universidad. Experta en trastornos de la alimentación y de la conducta.
Artículo del Boletín N° 41 de Salud & Nutrición.
Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) son síntomas que advierten que algo ocurre en la mente de la persona. Los más conocidos son la anorexia y la bulimia. Sin embargo, en los últimos años, expertos han logrado clasificar nuevos comportamientos, que facilitan determinar cuando la relación con la comida no es la adecuada.
¿Hay que preocuparse?
Un primer signo de alarma se evidencia al observar las actitudes de la persona hacia la comida y su relación con el peso, cuando sobrepasan cualquier escenario. Ya sea que esté en el trabajo, en clase o disfrutando de una actividad recreativa, sus emociones están determinadas por lo que ha o no consumido, o por el número que marca la báscula.
El acto de comer tiene un trasfondo psicológico. En él se presenta una parte consciente, que es tan solo la punta de un iceberg; una preconsciente que es el mar que marca un límite y permite que salgan a flote elementos del interior, y una inconsciente, que es el fondo de esa masa gigante de hielo que no vemos a simple vista.
El alimento no debe verse como algo inerte, pues si bien es un objeto pasivo, genera una interacción importante. Atributos como el olor, el color o la crocancia pueden hacerlo apetecible o desagradable. También provoca recuerdos y sentimientos. De allí que el intercambio cuando una persona se relaciona con los alimentos es lo que determina su conducta alimentaria. Esta relación comienza desde el vientre (el bebé percibe lo que la madre consume). Se desarrolla luego durante la lactancia y cuando se introducen los primeros alimentos. Después se va afianzando o fracturando con el paso de los años.
Hacer mercado en familia es una rutina excelente, pues permite que los padres le enseñen a los hijos a escoger los alimentos, sin dejarse llevar exclusivamente por lo que marca la publicidad. La preparación es otro momento determinante. Los expertos aseguran que involucrar a los hijos en esta tarea, es sumamente enriquecedor para ambas partes. A esto se agrega, por supuesto, el evento culminante: comer. Una acción que implica que todos se sienten juntos a la mesa. Cuando un joven recibe esa buena influencia en la niñez, se le facilita establecer hábitos de alimentación adecuados, y tendrá menos probabilidades de desarrollar un desorden alimentario cuando deba enfrentar la presión externa, que le indique qué, cómo y cuándo comer para encajar en unos estándares de belleza.
Es importante tener en cuenta que un TCA no es un trastorno que aparezca repentinamente. Es una afección que se va dando poco a poco, y en la que inciden factores biológicos, familiares, psicológicos y sociales.
¡A cuidarse!
Es determinante que ante la sospecha de un TCA se busque ayuda. Un equipo interdisciplinario compuesto por nutricionista, psicólogo y psiquiatra, debe intervenir en el proceso. Aunque en ocasiones se requiere del apoyo de otros profesionales de la salud, lo más importante es la participación de todos los miembros de la familia.
Algunas medidas iniciales que pueden tomarse para evitar caer en sentimientos de angustia y comenzar a cuidarse integralmente son:
1. Reconocer que hay una alteración en la conducta alimentaria. Ya sea por exceso o escasez de alimentación, o bien a causa de pensamientos obsesivos alrededor de la comida o el peso corporal. Desde el punto de vista psicológico, para que un tratamiento sea efectivo, el primer paso es aceptar que se tiene un problema.
2. Evitar el ciclo culpa y castigo. Perdonarse y reconciliarse es parte importante del proceso de recuperación.
3. Escribir un diario de comida, sin que se convierta en una obsesión. Llevar un registro de observación con la hora, el alimento consumido, el lugar, y en especial, el estado de ánimo al momento de la ingesta. Esta es una herramienta útil para determinar qué puede desencadenar el trastorno.
4. Flexibilizar la autoexigencia emocional. Cuando la vida de un individuo se encuentra marcada por la rigidez, esta suele extenderse también a los horarios y hábitos alimenticios, lo que puede desatar una obsesión. Conocerse, consentirse y entenderse, es una recomendación que adquiere más valor si se trata de un adolescente.
5. Buscar la relación entre inteligencia emocional y alimentación emocional. Solo un profesional de la salud debe establecer cuál es el peso indicado, de acuerdo con la fisionomía de cada persona. Ni los amigos, los influencers o los modelos, pueden determinar parámetros sobre este tema. Para no dejarse llevar por lo que dicen los demás, la autoestima, el autoconocimiento y la autorregulación, juegan un papel esencial.
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Artículo del Boletín N° 41 de Salud y Nutrición
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