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Artículo del Boletín N° 46 de Salud & Nutrición.
Una dieta sostenible, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, es un patrón dietético que fomenta todas las facetas de la salud y el bienestar. Se caracteriza por tener un bajo impacto ambiental, ser accesible, asequible, segura, equitativa y culturalmente aceptable. Este enfoque de alimentación sostenible implica que los sistemas alimentarios sean capaces de proporcionar la energía y los nutrientes necesarios para mantener una buena salud, sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades nutricionales¹.
El crecimiento demográfico proyectado plantea desafíos considerables para los sistemas alimentarios mundiales, especialmente en un contexto de eventos climáticos más frecuentes y extremos. Estos sucesos podrían tensar las cadenas de suministro de alimentos a niveles críticos, por lo que, ante esta realidad, la Comisión EAT-Lancet, conformada por destacados científicos, han hecho un llamado a una “Gran Transformación Alimentaria” que implique un cambio drástico y a múltiples niveles en todo el sistema alimentario. El objetivo es claro: garantizar una alimentación segura y sostenible para la población mundial para el año 2050¹.
Las dietas sostenibles emergen como una respuesta integral a estos desafíos y se caracterizan por incluir altas proporciones de alimentos de origen vegetal, como verduras, frutas, semillas, nueces y legumbres, junto con cantidades moderadas de alimentos de origen animal, como: carnes, aves, mariscos, huevos y lácteos. Esta combinación busca no solo satisfacer las necesidades nutricionales de la población, sino también reducir el impacto ambiental asociado con la producción de alimentos¹.
Para promover la adopción de estas dietas sostenibles es esencial enfocarse en la educación nutricional, entendiéndose como un conjunto de estrategias educativas, diseñadas para facilitar la adopción voluntaria de opciones alimentarias saludables, y otros comportamientos relacionados con la alimentación y la nutrición. Este esfuerzo debe extenderse a una variedad de entornos, desde instituciones educativas hasta comunidades locales y ambientes clínicos, dirigido tanto a jóvenes como a adultos. De esta manera, se busca empoderar a las personas con el conocimiento y las habilidades necesarias para tomar decisiones alimentarias informadas y sostenibles que promuevan la salud y el bienestar tanto a nivel individual como global¹.
Los impactos ambientales de los alimentos de origen animal se han evaluado mediante metodologías que abarcan el uso de la tierra, el agua y las proporciones de energía. Es importante destacar que, en términos de eficiencia calórica, la carne muestra un retorno de la inversión relativamente bajo.
Por ejemplo, en comparación con la cantidad de kilocalorías consumidas durante su vida, el pollo promedio proporciona solo el 12 %, el cerdo el 10 %, y el ganado vacuno apenas el 3 % de estas a sus consumidores. Este hecho es significativo dado que un porcentaje considerable de las kilocalorías de las cosechas del mundo se destina al ganado, lo que ha llevado a argumentar la necesidad de mejorar la eficiencia calórica de la dieta mundial para alimentar mejor a la humanidad en las próximas décadas.
Por otro lado, la preferencia hacia dietas basadas en plantas ha ido en aumento, principalmente debido a los beneficios percibidos para la salud y ambiente. Sin embargo, a pesar de las evidentes ventajas ambientales de los patrones dietéticos veganos y vegetarianos en términos de emisiones de carbono, uso de tierra y agua, estos también pueden conllevar a riesgos de deficiencias nutricionales para algunas personas. Varios estudios señalan que las dietas basadas en plantas tienen retos para obtener nutrientes esenciales como proteínas, hierro, zinc, calcio, vitamina D y vitamina B12, que suelen ser más abundantes o biodisponibles en alimentos de origen animal².
Para abordar estas preocupaciones nutricionales, los educadores en nutrición deben enfatizar las posibles deficiencias y promover estrategias para superarlas, como la combinación de proteínas complementarias, la facilitación de la absorción de hierro no hemo (hierro procedente d alimentos de origen vegetal como las leguminosas, por ejemplo) con vitamina C y la suplementación dietética cuando sea necesario. Por otro lado, para aquellos consumidores que no están dispuestos a renunciar completamente a la carne, se pueden ofrecer estrategias más flexibles que busquen reducir la cantidad de carne consumida. Esta aproximación puede representar una combinación efectiva de gestión ambiental y adecuación nutricional para muchos consumidores.
Referencias
(1) Bastian, G. E., Buro, D., & Palmer-Kee-nan, D. M. (2021). Recommendations for Integrating Evidence-Based, Sus-tainable Diet Information into Nutri-tion Education. Nutrients, 13(11), 4170. https://doi.org/10.3390/nu13114170
(2) Meijaard E, Abrams JF, Slavin JL, Sheil D. Dietary Fats, Human Nutrition and the Environment: Balance and Sustai-nability. Front Nutr. 2022 Apr 25;9.
Artículo del Boletín N° 46 de Salud & Nutrición
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