Los últimos treinta años han demostrado que la palmicultura colombiana es un sector extraordinario y con futuro. Pasar de 90 mil hectáreas con las que se contaba en 1991, a las más de 590 mil que tenemos hoy, ha significado un gran beneficio económico y social para las comunidades, los palmicultores y el país.
A lo largo de este tiempo, los retos del sector han ido cambiando, pero siempre ha estado en la mira el logro de mayores eficiencias en producción de aceite. Así, hemos ido trazándonos metas cada vez más ambiciosas junto a los palmicultores. La última de ellas, con fecha de cumplimiento 2023, nos concentra en alcanzar una media nacional de 23 toneladas de fruto por hectárea (t/ha) y 5 t/ha de producción de aceite, frente a un rendimiento, en 2020, de 15 t/ha de fruto y 3,26 t/ha de aceite. Luego de dos años de vacas flacas, 2020 llegó con una gran bonanza en materia de precios que invita a ponerse al día en temas de las mejores prácticas, especialmente la fertilización y manejo fitosanitario que suelen sacrificarse cuando la economía se debilita. Esta es una condición imprescindible, por cuanto lo que hagamos en este 2021 se reflejará en los resultados de 2023.
Hoy, la situación que vive cada una de las zonas palmeras no es homogénea y, por lo tanto, no puede ser medida por el mismo rasero. Hay subzonas como Urabá, el sur del Cesar, Cumaral y Tumaco con producciones medias de más de 20 t/ha de fruto y con 4,5 t/ha de aceite, lo cual demuestra que la meta 2023 es viable si tratamos las brechas identificadas.
El panorama en 2020 fue el siguiente:
Zona Norte: la PC amenaza la subsistencia de plantaciones y junto al déficit hídrico limitan la productividad, El más golpeado por la PC es el departamento del Magdalena y por el déficit hídrico es el Cesar, lo cual generó cifras negativas de cerca de -8 % en fruto procesado y de -12 % en producción de aceite. La excepción la marcó Urabá, en donde las más de 6.000 hectáreas sembradas con cultivares híbridos permitieron llegar a 20 t/ha de fruto y una tasa de extracción de aceite del 24 %.
Zona Central: estancada la productividad y la PC sigue amenazando la subzona de Sabana de Torres. Los rendimientos, por tanto en racimo de fruta fresca: 14,2 t RFF/ha, como en aceite: 3 t/ha, se mantuvieron estables en relación con 2019 y por debajo de la media nacional.
Zona Oriental: alta estacionalidad de la producción y efectividad en la gestión integral de la ML. Se lograron indicadores superiores al promedio nacional: 15,4 t/ha de racimo de fruta fresca y 3,5 t/ha de aceite. La región de los Llanos obtuvo incrementos superiores al 9,6 % en fruto procesado y al 10 % en producción de aceite, frente a 2019. Ello, a pesar de la afectación de PC que viene soportando el 40 % de las plantaciones de San Martín y la región del Ariari.
Zona Suroccidental: aumenta la productividad por aplicación de mejores prácticas, entre ellas el uso de ANA, la tasa de extracción alcanzó 23 %, cifra superior al promedio nacional (21,7 %). En esta Zona, el número de t/ha de fruto procesado aumentó 8 % y la extracción de aceite 12 %, basa-dos en una producción de 13 t/ha de fruto fresco y 2,9 toneladas de aceite.
En el país hay 80.000 hectáreas sembradas con híbrido de las cuales en cerca del 60 % se está utilizando, la aplicación de ANA. Gracias a ello, además del caso de Urabá, Tumaco ha logrado pasar de 4 a 13 t RFF/ha en los últimos cuatro años.
A raíz del mandato del Congreso Palmero, relacionado con el fortalecimiento de la asistencia técnica para proveedores de los núcleos u otros sistemas de prestación de servicios, se han elaborado 32 planes estratégicos que hacen una caracterización de más del 90 % de los proveedores y con una proyección a 4 o 5 años. Así, se han identificado brechas en productividad y propuestas de alternativas de solución conjunta. Todo ello ha revertido en la elaboración de 19 planes operativos que aterrizan y priorizan las tareas a ejecutar. En este punto, la mayoría de núcleos han coincidido en cuatro ejes de acción: la productividad, el tema fitosanitario, la calidad del fruto y los aspectos sociales y ambientales.
Estos planes, que se han venido trabajando con los núcleos palmeros, cubren alrededor del 60 % de los productores de pequeña y media escala; sin embargo, estamos revisando la forma de cubrir lo restante a través de asociaciones de productores y de corporaciones que aglutinen productores o proveedores que prestan servicios.
La invitación, entonces, es a seguir esforzándonos para darle a la palma de aceite todo lo que merece un cultivo promisorio que continúa transformando vidas. La palma de aceite es un negocio de largo plazo en el cual se tienen altibajos tanto en los rendimientos como en los precios del aceite.
La mejor manera de sobrellevar las épocas de “vacas flacas” es invertir en la productividad y manejo fitosanitario, incrementando los rendimientos y/o tasa de extracción y reduciendo los costos unitarios. En la coyuntura actual de mercado de los aceites vegetales es posible hacerlo.
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Editorial periódico PalmaSana
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